LO INESPERADO

Pic by Lina

Nuestra reacción ante lo inesperado, lo desconocido, lo negativo o desastroso puede cambiarnos la vida entera. Tiendo a observar cómo reaccionan diferentes personas, incluyéndome, ante la adversidad, especialmente cuando experimentamos tal adversidad al mismo tiempo. Muchos piensan que al experimentar algo al mismo tiempo, también lo experimentamos en las mismas circunstancias. Pero no es así. Cada cual trae su equipaje. Eso y muchos otros factores tienen influencia en nuestra reacción y en el efecto que esto tendrá en nosotros y los demás.

Como ejemplo les contaré algo que me sucedió hace muchos años y que cambió mi vida en muchas formas. Mi familia y yo habíamos estado varias semanas en la ciudad de New York. Cuando llegó el tiempo de regresar a casa, decidí extender la estadía junto con una amiga. Parte del plan era explorar la posibilidad de quedarnos a vivir en esa ciudad, combinando actividades espirituales con estudio y trabajo. De momento tomaríamos unas pequeñas vacaciones y disfrutaríamos la hospitalidad de una hermana de mi amiga y su familia.

El día en que todo cambió habíamos decidido visitar museos y así lo hicimos. Al final del día de trabajo para la población regular, el transporte en tren subterráneo se hace complicado. Nosotras caímos en esa complicación. Teníamos una invitación a comer con amigos de la familia que nos hospedaba. Así es que, tratando de llegar a tiempo, tomamos un tren expreso, que obviamente a esa hora estaba atestado, íbamos como salchichas en lata. Desde que esperábamos para entrar al tren notamos que un joven nos miraba todo el tiempo y se movía hacia donde nos moviéramos mi amiga y yo. Estábamos sumamente incómodas y, ya dentro del tren decidimos confrontarlo. Yo, como siempre la “boquidura”, uno de los nombres que me dio mi Madre, fui la que le pregunté por qué nos seguía. Me contestó que no nos seguía a nosotras sino a dos “tipos” que estaban, según él observó, planeando quitarnos las carteras. ¡La vida te da sorpresas! Habíamos visto a esos dos “tipos” y no levantaron nuestras sospechas. Claro, eran bandidos profesionales. Sin embargo, sospechamos del joven que sólo pretendía ayudarnos, y que de hecho nos ayudó hasta el final del día. Ahí estuvo una de las primeras lecciones.

El tren comenzó su marcha y nosotras, allí de pie pegadas a un mar de gente desconocida. Había muchos caballeros, digo, hombres, sentados y muchas mujeres de pie; había jóvenes fuertes sentados, y ancianos, mujeres embarazadas y personas con limitaciones físicas de pie. Pero ni soñar en amabilidad, caballerosidad ni otras bondades. Al poquísimo tiempo de moverse el tren, y habiendo entrado ya al túnel donde no había paradas, las luces se apagaron y el tren se detuvo. Después del susto inicial, pensamos que se trataba de algo momentáneo que se resolvería pronto. Pero no, no fue así. Al principio algunos empezaron a bromear, otros a cantar y otros a gritar pidiendo que se resolviera la situación. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos sin saber de qué se trataba, pero eventualmente un empleado fue por los vagones explicando que había un desperfecto eléctrico en el sistema de trenes de casi toda la ciudad. Estaban trabajando para resolver el asunto.

Había algunos pequeños problemas: Uno, la temperatura en la calle, antes de que entráramos al tren, era de cien grados. ¿Cuál sería la temperatura en aquel túnel subterráneo y dentro de esa lata de salchichas? Dos, nuestro tren era expreso, por lo tanto no había una estación cercana a donde dirigirnos si hubiéramos podido salir. Tres, no, en verdad éste es el primer pequeño problema, padezco de asma y, descubrí ese día, también de claustrofobia. ¡Qué bien, todo es bello!

A medida que transcurría el tiempo y no salíamos de allí, las personas empezaron a desesperarse. Muchos caminaron hacia los primeros vagones, supongo que con la esperanza de salir lo antes posible, o conseguir un poco de aire, o qué se yo. Yo me sentía histérica y sin poder respirar bien. Pero, no le quería dar paso a eso. Dentro de toda la situación, había decidido que lo mejor era mantener la calma y conservar oxígeno. Uno de los ejercicios de autocontrol que pude hacer, fue observar atentamente a las personas que estaban cerca, en nuestro vagón. Mentalmente trataba de predecir cómo se comportarían si esto se extendiera por más tiempo. También me imaginaba que era una broma y todo pasaría pronto. “Smile, you are in candid camera.”

Desde el principio me había llamado la atención un hombre, tipo ejecutivo, muy bien vestido, muy ocupado leyendo el periódico y otras cosas que tenía en su maletín. Lo que más me llamó la atención de este hombre, que me cayó mal inmediatamente, fue su falta de cortesía y su frialdad. Se acomodó muy bien en un asiento sin dar oportunidad a que otros u otras se sentaran. No miraba a nadie, quizás para no tener la tentación de ceder el asiento. Cuando pasó el tiempo y la gente se fue alterando, él les decía de la manera más fría que he visto: “Tranquilícese, está gastando nuestro oxígeno y sus energías.” Cuando algunos amenazaron con romper las ventanas para salir del tren, les preguntó a dónde pensaban llegar. También les recordó que las vías permanecen energizadas por un tiempo, aunque de momento no haya electricidad. Él tenía razón en todo, lo que me molestaba era su frialdad. Pues este hombre estuvo leyendo el periódico hasta que se le hizo nada en las manos, por causa del sudor. Se mantuvo con chaqueta y corbata durante aproximadamente tres de las cuatro horas que estuvimos allí y ya todos nos habíamos quitado por lo menos una pieza de ropa.

Otra persona que me llamó mucho la atención, desde que estábamos en la terminal, fue una joven modelo, preciosa, negra, altísima, con el pelo cortísimo, un maquillaje impecable y ¡un traje corto de cuero y botas altas también de cuero! Traje y botas de cuero, en temperatura de 100 grados. New York, New York. Ella fue de las que empezó cantando, bromeando, animándonos y muy positiva. Terminó gritando, hablando todas las palabras soeces del mundo, casi desnuda y rompiendo una de las ventanas del tren, que son de las más resistentes que he visto, con el tacón de sus botas. La pobre modelo perdió todo el caché. Salió por esa ventana y, junto con otras personas, se movían de lado entre el tren y la pared porque no había espacio para ir de frente, agarrados de las manos, tratando de llegar a la próxima estación. Además, nos gritaban a los que permanecimos dentro del tren que éramos unos estúpidos, y otras preciosuras, y que nos íbamos a morir allí adentro. Mensaje poderoso.

Había también una señora alemana, que estaba de vacaciones al igual que nosotras. También lucía muy calmada, agradable y serena. Con ella estuvimos hablando de cocina, era repostera, y otros temas. Hasta que le llegó su momento de histeria. Ella se quitó el traje, se quedó en refajo y también salió por la ventana rota, con mucha dificultad porque era un poco gordita. Sí, también nos gritó improperios, algunos en alemán, pero esos no los entendí.

Pero uno de los héroes, mi héroe, fue un joven, que siempre identifiqué como el último hippie que quedaba. Era altísimo, flaquísimo, peludísimo, y apestosísimo. Mi amiga y yo le estuvimos sacando el cuerpo todo el tiempo por el mal olor que tenía. Pero, cuando nuestro vagón ya estaba casi vacío, mis energías y oxígeno estaban en precario, y ya ni me acordaba de las técnicas de relajación, perdí el conocimiento. Lo último que recuerdo fue escuchar al ejecutivo del periódico decirle a mi amiga y a nuestro protector del principio que me acercaran a una de las puertas, porque es de las partes más frías del tren y podría respirar mejor. Cuando recobré el conocimiento estaba colgando cabeza afuera de una ventana que antes no estaba abierta y el último hippie estaba asomado por la próxima ventana, ¡abanicándome con uno de los anuncios de cartón que había en el tren! Jamás olvido aquella melena de rizos chorreando sudor, la mano sosteniendo el abanico improvisado y, sobre todo, la cara de preocupación y bondad de la última persona de quien hubiera esperado y deseado ayuda. En ese momento, curiosamente ya no sentía su mal olor. Supongo que a esas alturas yo olía peor que él.

La otra sorpresa fue que, cuando perdí el conocimiento, el ejecutivo del periódico, que ya iba de retirada a otro vagón, aprovechó el viaje y consiguió una bomba de oxígeno portátil con personal del tren. Se la dio al joven protector que nos ayudaba, para que la usaran conmigo. Tan mal que me caía, pero era humano.

Eventualmente supe que, aproximadamente cuatro horas después de detenerse el tren, entraron los bomberos a rescatar a los que quedábamos. Nosotros estábamos en uno de los últimos vagones. No recuerdo muchos detalles de la salida, pero sé que salimos por ¡una alcantarilla! Ejem, hablando de perder el caché. Salimos a una calle cercana a un proyecto de viviendas. Ahí estaban muchos de los vecinos con jarrones de agua, pastillas de sal, sábanas y mucho amor. Luego de la atención inicial acostada en la acera -caché, dónde estás- me movieron a una ambulancia. Había un caballero también en camilla en esa ambulancia. Noté un cambio en la expresión de mi amiga, que estaba sentada a mi lado, pero no pasó de ahí. Nos llevaron al hospital, casualmente el mismo en el que trabajaba la hermana de mi amiga, pero nunca la vimos. Ella no se enteró que estuvimos allí, hasta que nos vimos en la casa más tarde. El médico que me atendió parecía un niño, más joven que nosotras y también un poco hippie. No me inspiró mucha confianza, mucho menos cuando vino con una jeringuilla a ponerme Dios sabe qué. A pesar de lo aturdida que estaba, no me dejé inyectar hasta que me explicó qué y por qué. Fue muy paciente y le agradecí mucho. Cuando mejoré y me pude levantar, ya dada de alta, nos enteramos que había muerto una persona de las que salió del tren antes que llegara la ayuda. Era un hombre, se cayó sobre las vías, que estaban energizadas todavía, y falleció. Saben quién era, verdad. Se trataba de mi compañero de ambulancia. ¡Dios mío! ¿Alguna otra casualidad?

Mi amiga no requirió mayor atención, así que ya dadas de alta, teníamos que regresar a la casa. ¿En tren? ¡Ni soñarlo! Por incómodo que fuera, tomamos la guagua o autobús. El joven protector nos acompañó todo el tiempo, hasta que llegamos a la casa. Le preguntamos por qué lo había hecho. Nos contestó que tenía una hermana de la edad de nosotras y le gustaría que si ella se encontrara en circunstancias similares, alguien la ayudara desinteresadamente como él hizo con nosotras. ¡Bendito sea, qué clase de ser humano!

A pesar de todo lo que pasó, esa noche fuimos a comer con los amigos de la familia de mi amiga, que si mal no recuerdo eran persas. Sólo recuerdo que fue la primera vez que comí Shish Kebab. No recuerdo si me gustó, qué otra cosa comí o tomé, cuál fue la conversación, nada. Al día siguiente teníamos planes con esas mismas personas y otras, de ir al Radio City Music Hall, también la primera vez para mi amiga y para mí. Y ahí estuvo la gran prueba. Había que hacer parte del viaje ¡en tren subterráneo! Síiii, qué emoción. Bueno, pues me dí mi terapia de relajación y dije que sí. Pensé, si no lo hago ahora, no lo hago nunca. Cuando bajábamos por las escaleras de la estación de tren, doblado en el pasamanos había un periódico New York Times. Y ¿quiénes estaban en la portada? Mi amiga y yo, por supuesto. Saliendo por el hueco de la alcantarilla, ayudadas por bomberos y en ropas menores. ¡Ay, qué vergüenza! No, no me dio ninguna. Pero no lo podía creer. El periódico estaba doblado, como a propósito, con la foto de nosotras mirando a todo el que bajaba y subía aquella escalera. Claro, la guardé como souvenir.

¿Cuál fue el resultado de este suceso en mi vida? En lo inmediato, cambió mis planes. A largo plazo, las altas temperaturas a las que me expuse y la experiencia misma afectaron mi salud de por vida, lo que a su vez trajo más cambios. Tuve que aprender a ser más flexible (todavía estoy en eso). Me hizo modificar mi percepción de las personas en general. Me ayudó a estar más consciente del peligro y a aguzar los sentidos para protegerme. Reafirmé que las apariencias engañan. Descubrí fortalezas internas. Desarrollé, aún más, mi sentido del humor para manejar situaciones difíciles. Una de las mayores lecciones es por qué no debemos juzgar las reacciones de los demás. Aunque parezca que sepamos por lo que están pasando, aunque creamos que están pasando por lo mismo que nosotros, inclusive al mismo tiempo, no necesariamente es así. La percepción y los sentimientos de cada cual son distintos. Pasamos la prueba, sobrevivimos, fuimos fuertes, mantuvimos buena actitud. No sabía en aquel momento que me esperaban muchas situaciones en las cuales usaría lo aprendido allí para beneficio propio y de otros. Sigo aprendiendo y sorprendiéndome de la forma en que reaccionamos ante las situaciones que nos presenta la vida.

ara 08282017

34 thoughts on “LO INESPERADO

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