
Comparto con ustedes algunas de mis reflexiones después de recibir un diagnóstico de tumor cerebral, hace varios años.
Si leyeron El Borrachito Llorón en mi blog Con Mucho Respeto, recordarán les comenté que trato de enfrentar los momentos difíciles con humor. Eso fue lo que hice en aquella ocasión, y esto fue lo que escribí en
junio de 2008:
Recientemente me enteré de que ando por este mundo con un tumor cerebral, llamado meningioma. Según creen los médicos, ese pequeño monstruo ha estado creciendo en el lado derecho de mi cerebro durante los últimos 15 o 20 años.
Por darle el toque de humor, el neurólogo dice que es un bebé, de por lo menos quince años, que tengo dentro. Pausa, por favor. Tengo entendido que los bebés crecen en la barriga de mamá. El hecho de que un bebé crezca dentro de mi cerebro no me sorprende. Siempre he sabido que soy “diferente”, por decir lo mínimo. Hay quien dice que soy “atípica”. Hasta lindo podría sonar, si no me diera cuenta de que me están diciendo anormal. Pero eso no me preocupa mucho, yo decido que anormal es mi normal.
Cuando pregunté, también en broma, por qué ese chico se escondió en mi cerebro y no quiere salir de ahí, me contestaron que probablemente es un genio. ¡Qué mejor sitio para que crezca un genio que el cerebro de mamá! Este asunto me da mucho en qué pensar, así que creo que tendré que comenzar un diario, o por lo menos, semanario acerca de este bebé. Claro, lo haré según me lo permita el lado izquierdo de mi cerebro, que debe ser el único que está funcionando, y a veces, muchas veces, está de vacaciones.
El chico no es tan inofensivo como para dejarlo oculto en su lugar de origen. Así que habrá que hacerme una cesárea en el cerebro. Pero las cesáreas las hacen los obstetras. ¡¿Qué hace un neurocirujano en mi cerebro, tratando de sacar a mi bebé?!
El pobre mide aproximadamente 3 centímetros. La verdad es que para 15 ó 20 años no está muy desarrollado. Eso es un beneficio, gracias a Dios. Pero se me ocurre que necesitaré un pediatra especializado en bebés-meningiomas. ¿Qué no existe esa especialidad? ¡Pero si hay especialistas para cada dedo de la mano y el pie!
Tengo, además, un gran problema: el padre. Bueno, la verdad es que no tengo ese “problema” en mi vida. Pero, ¿quién podría ser el padre de este bebé? ¿En quién he pensado tanto y tan fuertemente que pudo engendrar y hacerme concebir un bebé en mi cerebro? ¡Qué poderosos somos! Tienen curiosidad, ah. ¡Pues se lo perdieron, porque no lo voy a decir!
¿Tendrá derechos legales este niño? ¿Qué hará el Departamento de la Familia cuando se entere que tengo un hijo casi adulto y nunca lo he enviado a la escuela, no le puesto las vacunas, ni siquiera lo he inscrito? Y el padre, ¿me reclamará derechos de visita? ¿Le reclamaré pensión alimentaria?
Seguiré analizando los conflictos que me presenta saber, a estas alturas, que soy madre de un bebé, un meningioma bastardo. Bebé que quizás por rebeldía creció en el cerebro y no en la matriz. ¿Rebeldía dije? ¡Qué lindo, salió a su mamá! Y tendré un parto asistido por un neurocirujano y no un obstetra. Viendo el lado positivo, mi hermana por fin tendrá un sobrino y mis sobrinos tendrán primos. Así le dije a la susodicha, pero no le dio ninguna gracia. Ya saben, soy un fracaso tratando de hacer reír, pero no me doy por vencida.
Continuaremos.
Y continuamos, casi nueve años después,
febrero 2017.
La cesárea cerebral fue un éxito. El bebé nació con mucha preparación, dolor, nervios, ansiedad, pero agraciadamente, sin mucha complicación. Creo que era una nena, porque el informe de patología decía que era de color rosado. También supimos que no era canceroso, que era lo esperado, pero había que confirmar. Algunas personas decían que no era maligno. Tengo que aclarar que, dentro mi anormal normalidad, no era canceroso, pero sí era maligno. ¡No se imaginan las maldades que me hizo y continúa haciendo, aún sin estar ahí!
Me cuentan que cuando estaba en la sala de recuperación, finalizada la cesárea cerebral, estuve bromeando con el personal médico que estaba a mi cargo. Ah, y lo hice en inglés y español, no se equivoquen. Es que esto sucedió en el estado de Texas, y mi médico es puertorriqueño, como yo. Así que, decidieron probar si la parte graciosita de mi cerebro todavía estaba ahí, y salí bien en la prueba. Graciosita y bilingüe, ay, Dios.
El tiempo de recuperación fue muy bueno, dentro de las circunstancias. La estadía en el hospital fue mucho menor a lo esperado. Claro, según uno de mis sobrinos, me botaron del hospital antes de tiempo porque estaba comiendo mucho y tuvieron miedo a quebrar. Lo cierto es que lo agradecí, detesto los hospitales.
A pesar de los dolores exquisitos, los malestares esperados e inesperados, las emergencias y otros males, podríamos decir que todo transcurrió bien. Gracias a nuestro Padre Celestial pude contar con el apoyo, ayuda y cuidados especiales y amorosos de mi hermana, sobrinos, las familias de mis sobrinos y hermanos espirituales. Fue un poco confuso, porque la que parecía acabada de parir era mi hermana. Saltaba a atenderme al menor movimiento o sonido. Todo normal. Eso fue clave en mi recuperación.
Mi cerebro todavía sale de vacaciones de vez en cuando, pero como se lo merece, no me preocupa mucho. Tuve que aprender a vivir con muchas de las secuelas de este evento y con la amenaza de que otros bebés puedan crecer en mi cerebro nuevamente. Casi todo lo negativo que ha sido consecuencia de esto, lo he podido cambiar a positivo de alguna forma.
Y aunque mi bastardito no vive ya conmigo, siempre tendrá un lugar en mi corazón, digo, cerebro.
Todos tenemos situaciones difíciles, complicadas, extrañas, a través de nuestra vida. Si las enfrentamos de manera positiva y buen humor, nuestra vida y la de los que nos rodean será mucho mejor.
ara 02272017